lunes, 22 de octubre de 2018

Inés Díaz Rengel




CUANDO LA ROSA SE MARCHITA, 
VALORAMOS SU BELLEZA

Fue al dejarme cuando sentí la influencia
que había tenido en mi vida.
Siempre he sabido cómo fue ella,
pero no me detenía a pensar
que ese aroma, esa humildad,
esa luz, esa sonrisa…
iban calando en mí como llovizna,
y todavía intento ser permeable,
no hay lluvia mejor
que la que una madre irradia,
no sé si yo lo he conseguido.
Su filantropía era lo que me atraía de ella,
de lo que daba con su derecha
no se enteraba su izquierda.
Si me atrevo a decir
que he bebido de su fuente
es porque era una enamorada de su obra,
 sus hijos,
y decía siempre:
“El tiempo que pasé con ellos
fue lo que me hizo importante”.
Yo sigo aquí inmortalizándola,
varada a la orilla de mis evocaciones.
Aunque su memoria se cubrió de cenizas,
su recuerdo resurge siempre
como un sol recién estrenado.





       

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