miércoles, 1 de mayo de 2024

Rimbaud

                                                                        








                                                                              El mal

Mientras que los gargajos rojos de la metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;

mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,

existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.

Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.

Paul Verlaine.

                                                            



                           En el balcón

En el balcón las amigas miraban ambas como huían las golondrinas
Una pálida sus cabellos negros como el azabache, la otra rubia
Y sonrosada, su vestido ligero, pálido de desgastado amarillo
Vagamente serpenteaban las nubes en el cielo

Y todos los días, ambas con languideces de asfódelos
Mientras que al cielo se le ensamblaba la luna suave y redonda
Saboreaban a grandes bocanadas la emoción profunda
De la tarde y la felicidad triste de los corazones fieles

Tales sus acuciantes brazos, húmedos, sus talles flexibles
Extraña pareja que arranca la piedad de otras parejas
De tal modo en el balcón soñaban las jóvenes mujeres

Tras ellas al fondo de la habitación rica y sombría
Enfática como un trono de melodramas
Y llena de perfumes la cama vencida se abría entre las sombras

martes, 30 de abril de 2024

Marta Pumarega Rubio



LA ESPERA

Desde esta habitación
veo diez árboles,
cuatro tejados,
un parque infantil,
y una carretera pequeña
por donde pasan los coches
que van a las fábricas.
Esta habitación tiene dos camas juntas,
pero estan hechas para no quererse,
y es por eso que si intento darte un abrazo en la noche
suena un ruido de cristales,
se dibuja un margen,
tiembla un cuerpo sin el otro cuerpo.
Esta habitación tiene
una televisión sin mando,
un cuadro de Ciudad Real,
un escritorio desde donde nos escribo,
un teléfono que no suena.
Esta habitación no tiene reloj,
pero está llena de tiempo,
está repleta
de mañana, tarde y noche.
Es por eso
que cuando suena el teléfono,
cuando me dices que vienes,
me asomo en lo oscuro,
me pinto los labios.
Veo la noche,
veo diez árboles,
cuatro tejados,
el parque infantil,
y los coches volviendo
de las fábricas
por aquella carretera pequeña.

Fernando Beltrán



Amar es este error imprescindible
Para poder vivir,
esta forma distinta de sentir la lluvia
cuando llega el otoño
y la saliva
de los parques más tristes
habla sólo al oído de los locos,
de los cuerdos de atar,
de este poema
empapado de sed,
muerto de amor y frío,
acantilado al borde de un abismo
que antes nunca escribí

lunes, 29 de abril de 2024

Begoña Abad

 






Nunca aprendí a empuñar un arma
y siempre me asustó la violencia,
incluso la verbal.
Por eso, cuando sentía miedo,
cuando escuchaba gritos
o cuando me querías matar
con tus cortantes silencios,
yo escribía poemas
en lugar de defenderme.


Resultat d'imatges de haz el amor y no la guerra

Amalia Bautista

 






“Africanas” (Inédito)

La luna está africana y yo también.
Esta noche se ha puesto
del color de las lámparas
de cuero de camello.
Yo, ajorca en el tobillo,
sudor en el escote,
tambores en las sienes.

Gloria Fuertes

 



DESDE ESTE DESIERTO DE MI PISO


De este manantial de soledad exterior,
me brota continuamente
el agua clara de la paz;
el silencio interior me acaricia
como no sabe hacerlo ningún humano.
El silencio interior se manifiesta
y me escucho,
—aunque oigo también
los mil ruidos de la autopista
a la que dan mis terrazas—.
desde mi celda,
entre el asfalto y las golondrinas
trenzo el puente invidente
por el que paso a meditar,
que no puedo prescindir aún de las personas
de este mundo que me rodea,
que me conoce,
—o que no me conoce—,
que me adula
o hiere o ama
o envidia.

Desde este desierto de mi piso
amo en soledad a todos
y rezo un poema por los analfabetos del amor.