viernes, 14 de octubre de 2016

Estela Rengel





Lagoa


Fuimos hacia el suroeste
con el calor
en alquiler indefinido en nuestra piel.

Los chicos conducían:
nosotras teníamos las manos
demasiado ocupadas de deseo acumulado
y caricias en lista de espera.

Aquella cala a la que llegamos
era un embudo de cielo y piedra
con licencia para escupirnos al océano
sin que pudiéramos evitarlo.

Vi pasar mi vida entera
por delante de los ojos
cuando tú, sirena que ha perdido
las escamas en pizarras y asfalto,
me arrastraste hasta la espuma
que me llenó el pelo de sal
y el cuerpo de nácar.

Me ahogué.

La saliva se me volvió
pesada arena en la garganta
y tus piernas, salvavidas rojo
que amarraste alrededor de mi cuello,
me hundían todavía más
en la acidez y la exactitud palpitante
de tu centro.

Y tuvo que ser en una habitación de Lagoa
donde un espejo sucio
y mal anclado
trajera de vuelta a la superficie
mi reflejo de pómulos rojos,
pelo revuelto y pechos reventando
en dos lunas crecientes tatuadas
a besos
por el sol de esa tarde
en la que elegimos mal la playa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario