Aprendí a amar la tierra que habito, deshollinando el alma. A sentir la tristeza, nunca el olvido. Aprendí a mirar los colores del viento, a estar cerca, aún estando lejos. Aprendí a disfrazarme de tarde, a esperar con mirada de ocaso y hacerlo posible, desde la distancia.
Y pasan los años y siguen las ganas de ver nacer un nuevo día cabalgando en la mirada.
Gracias, Pedro Javier.
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