martes, 4 de diciembre de 2018

Isabel Garrido




Sentí el roce de tu mano
sobre mi ombligo,
me diste el oxígeno preciso
para sentir mi vientre,
y las yemas de tus dedos
deteniéndose,
hilvanando cada curva de mi cuerpo.
Me diste el ardor de tu lengua
reclinado en mi valle,
cada hondura de mi
sostenida en tu boca
con la lentitud de quién no espera,
ese momento donde no hay más
que nosotros,
perdidos en el deseo
envueltos en la locura,
embriagados por la sed,
de dos cuerpos que solo desean
unirse y pertenecer al fuego.



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