sábado, 29 de abril de 2023
Amalia Bautista
jueves, 27 de abril de 2023
Enrique Serrano Meana
Miguel Hernandez
Aceituneros
Luis García Montero
Gioconda Belli
miércoles, 26 de abril de 2023
André Breton.
domingo, 23 de abril de 2023
Juana Castro
Esther Fortes
sábado, 22 de abril de 2023
Cristina Peri Rossi
viernes, 21 de abril de 2023
Edgar Allan Poe
jueves, 20 de abril de 2023
AÍDA ACOSTA ALFONSO
Pablo Mora
miércoles, 19 de abril de 2023
Alda Merini
Natalia Belleq.
lunes, 17 de abril de 2023
Francisca Aguirre
Charles Simic
GUERRA
El dedo tembloroso de una mujer
Recorre la lista de víctimas
La noche de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos.
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Carilda Oliver.
Cuento
Yo era débil,
rubia, poetisa, bien casada.
Tenía deudas
y una salud de panetela blanca.
Hicimos una casa pobremente,
muchas ventanas:
para enseñar nuestros besos a las nubes,
para que el sol entrara.
La casa era tan bella
que tú nunca dormías.
Ya no eras abogado ni poliomielítico
ni nada.
Nunca dije:
¿cuándo vas a poner esa demanda?
porque yo tampoco
cocinaba.
Fueron días
como no quedan otros en las ramas.
Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio:
tus gatos lo orinaban,
pero era tan feliz que no podía
decir malas palabras.
Ay, una tarde…
( Septiembre tomó parte en la desgracia ),
Ay, una tarde
( Dios estaría sacando crucigramas );
ay, una tarde
pusiste tantas piedras en mi saya
que desde entonces
ando inventándome la cara.
El cuchillo
tenía la forma de tu alma;
yo quería ser otra, hablar de las estrellas…
( sobraron noche y cama ).
Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho:
tus gatos lo orinaban,
y era tan infeliz que no podía
decir buenas palabras.
Tarde en otoño.
Miré las sábanas amargas,
el jarro de la leche,
las cortinas,
y el crepúsculo me convirtió en su mancha.
( Yo era un clavel podrido de repente,
un canario botado ).
Con empujones que lo gris me daba,
entre temblores,
volví a la falda
de mi madre.
Pasaron tantas cosas
mientras yo me bebía la soledad a cucharadas…
Un viernes
-un viernes en que tu olvido me enterraba-
llegué a la esquina
deja casa.
Estaba allí como una tumba diferente,
se veía otra luz por las ventanas.
Tuve miedo de odiar…
(Ya era hasta mala).
Pasaron tantas cosas;
el tiempo fue cosiendo mi mirada.
Ahora no pueden asustarme con los truenos
porque la luz me alza.
Ahora no pueden confundirme con un libro.
Soy la palabra recobrada.
¡Ríanse,
agujas que en mi carne se desmandan;
ríanse,
arañas que me tejen la mortaja;
ríanse,
que a mí, también, carajo, me da gracia!
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domingo, 16 de abril de 2023
- Julia Gutiérrez.
Este amor que llegó bailando
jueves, 13 de abril de 2023
María Diaz.
martes, 11 de abril de 2023
Manuela Lozano Perez
lunes, 10 de abril de 2023
Miguel de Unamuno
Teresa ,Antares
Andrea Balbuena.
domingo, 9 de abril de 2023
GABRIELA MISTRAL
En COSTA lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tu la creiste
ni la creo yo,
"y es cierto y no es cierto"
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
Vamos hacia el mar
que devora al Sol.
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol.
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y él
alucinacion.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echo,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!
Luis Cernuda
País
Tus ojos son de donde
la nieve no ha manchado
la luz, y entre las palmas
el aire
invisible es de claro.
Tu deseo es de donde
a los cuerpos se alía
lo animal con la gracia
secreta
de mirada y sonrisa.
Tu existir es de donde
percibe el pensamiento,
por la arena de mares
amigos,
la eternidad en tiempo.
Sara R. Gallardo
Ariadna
Jugabáis al escondite, a polis y cacos, a guerras de agua en verano. Era como un laberinto. Poco sabías de lo que ocurría fuera de aquellas calles que pateabas con las mallas azules del colegio, con aquellos playeros rojos y negros tan feos que a ti te gustaban tanto. Poco sabías del mundo, nada habías leído. Usabas las camisetas de segunda mano de tu prima, camisetas amarillas, con pequeños agujeros con los que te entretenías y que hacías más grandes.
Compartías el laberinto con más niños, pero no eran como tú. ¿Recuerdas aquella caseta blanca donde decías que se escondía el "hombre del pito"? Todo aquello era un juego. Os reíais tanto... ¿Recuerdas? Pero tú viste a niñas con las rodillas en carne viva, con los labios morados, con los ojos perdidos. Con las uñas sucias de tierra. Con sangre entre las piernas.
Mientras otras niñas, en otras ciudades, en otros lugares, en otros barrios, leían en el laberinto de sus abuelos o de sus padres. Leían a Melville o a Bram Stoker mientras tú veías en La 2 a Willy Fog y en las calles a aquellas niñas que se volvían locas.
Soltaste el hilo, por aquel entonces. Te perdiste en la casa de Asterión.
FRANCISCO GARFIAS LÓPEZ
Y TE OLÍAN LAS MANOS A YERBA DE LOS CAMPOS...
Por todas las Sinagogas
hubo un fragor de angustia.
Temblaban los papiros de las Escrituras.
Gamamiel y Nicodemus y los otros escribas
se mesaban la barba
buscando en lo perecedero el reino de Dios,
mientras tú florecías de divino silencio.
y por tu sangre sobresaltada
–libro de Dios, acaso–
el Verbo iba tomando carne y sangre
de humana criatura.
Te sentías transida de ventura,
de lumbre, aprisionada en ti misma,
arrodillada en el pasmo,
como en tu propia esencia,
estrella en tu regazo,
al recordar las palabras del ángel.
Y aquel Ave María fue un borbotón de sangre
dentro de tus entrañas.
No podías morir.
Fue un trémulo jadeo
que te engarzaba a lo divino.
Un dulce hervir de vida prisionera...
Y cantabas, cantabas:
Cielos, enviad el rocío de lo alto
y las nubes lluevan al Justo,
ábrase la tierra
y germine el Salvador.
Te sonaba la voz a lluvia sobre rosas
y te olían las manos a yerba de los campos.
Francisco Cenamor
ya no tiene sentido la normalidad
ha llegado el momento de los disturbios espirituales
de cortar la calle con macetas
plantar magnolias en las autopistas
arruinar el futuro sembrando esperanzas
poner comas entre sujeto y predicado
correr de espaldas palpando el presente
condenar sin juicio, enjuiciar sin condena
subir de dos en dos las escaleras
abrir de par en par las ventanas
de los viejos aposentos modernos
vaciar las estanterías metálicas
acudir silbando a la biblioteca
enarbolar banderas transparentes
que no nos amordacen los ojos
sorprendernos abrazados al paria
al que vino de lejos, a la prostituta
matar de risa al desamor
ir a la oficina de empleo cantando a puccini
pagar la ópera con la cartilla del paro
recitar poesía desde el patíbulo
construir con firmeza en las nubes
y cada noche, soñarse escondido en el jardín
ignorando elecciones generales y tarjetas de crédito
Del libro Amando nubes. Talasa Ediciones, Madrid, 1999.
Oscar Wilde
Mi voz
En este mundo inquieto, moderno, apresurado,
tomamos todo aquello que nuestro corazón deseaba -tú y yo,
y ahora las velas blancas de nuestro barco están arriadas
y agotada la carga del navío.
Por ello, prematuras, empalidecen mis mejillas,
pues el llorar es mi contento huido
y el dolor ha apagado el rosa de mi boca
y la ruina corre las cortinas de mi lecho.
Pero toda esta vida atiborrada ha sido para ti
solamente una lira, un laúd, el encanto sutil
del violoncello, la música del mar
que duerme, mímico eco, en su concha marina.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Pedro Javier Martín Pedrós.
No me gusta sentirmis manos vacías.
Me agrada acariciarlas delicadas,
llenas de amor.
No me gusta la gente que no transporte
en su miradas copitos
llenos de imán.
Necesito, me agrada,
la atracción mutua.
Dos gotas de agua si
las acercas mucho, se funden.
Así,
pude crear algunos versos
con olor a humanidad.
No me gustan los días grises,
los azules
siempre fueron fieles compañeros
en mis viajes a ninguna parte.
A tientas,
las metáforas me
salvan del precipicio de tus labios.
Del libro: Poemas para la vida