Somos el sexo débil… dicen.
Y sí, debe de ser así.
La debilidad vive acurrucada
en el último peldaño de mi vientre y,
cuando me levanto por la mañana,
se agazapa y no sale, la muy desgraciada.
Entonces:
Me visto con la piel de elefante de todos los días.
Sacudo las camas,
hago los baños,
la compra,
cocino el estofado de carne malherida,
me zurzo la piel
cubro desconchones,
sacudo el polvo al viejo dolor y,
me raspo los ojos,
para no ver la turbiedad del mundo.
Me despiojo de parásitos
cuando escucho la televisión.
Y sigo caminando recto
hacia el sudor de mi frente,
a veces hacia el sudor de mi sangre,
y a veces, solo a veces,
me asomo a la ventana y
observo la vida pasar
así…
como de puntillas
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