lunes, 21 de noviembre de 2016

Lluïsa Lladó




La vida, esa apócope de poemas
insertados en caras, labios,
y estrafalarias apuestas de sol y de lunas con dientes.

Como una alimaña enseña
los reversos; pero, siempre hay un número
que no cuadra con la llave de un hotel
frente a la puerta 345.

Llamar al servicio de habitaciones,
olfatear el cloro de las toallas
y buscar "rato-línea" entre los obsequios,
cortesía de aseo, de una fábrica en Beijing
que abastece con 30.000 pastillas de jabón,
15.000 peines porque existe la calvicie de las palabras.

Y una esponja de calzado tan diminuta
que no logrará acallar los pasos,
de los maleantes que hacemos de la rima una psicosis,
y que nos gusta lamer los dedos en sincronía ante el resultado
de las catástrofes escritas.

Todo cabe en un estuche, hecho para nomos,
que recicla los instantes que tú y yo resucitamos
en aquel hotel adyacente a la antena de telefonía móvil,
rebosante de "pajarocópteros" que no piarán lo que vieron.


En la habitación 345.

Service Room , para los amigos.




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