Se unió el azar y el destino
en las estrellas de esa noche.
Me cogiste en brazos sin dejar de mirarme
y me llevaste a tu habitación de mendigo moribundo.
Te quité cualquier barrera,
no dejé nada entre tú y yo,
y para sentirte más mío te cubrí con mi cuerpo.
Borracha de tus ojos, ebria de ti,
seguía el ritmo que el anhelo marcaba,
de ti a mí, de mí a ti,
temerosa y tímidamente,
como quien acata el juicio final.
Sentía tu calor como un traje eterno
de perpetuidad y vértigo.
Abarcábamos el mundo entero, enormes, de goma
llegábamos hasta las estrellas,
te las regalaba
y prendían en tu pelo suelto
engalanando la almohada
y perfumando de jazmín
las caricias.
Nunca más he llegado a besar el cielo.
Nunca más he volado libre hasta mi propio nombre
y mis sueños jamás se vieron más obedecidos
que ante tus manos.
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