El tiempo va dejando señales que se ven: filos, reflejos, fulgores.
Atraviesa la bóveda celeste en carruajes blancos que ponen al descubierto una zona de hogueras, pájaros, constelaciones
y otra con restos de cenizas y muebles rotos, con sus horas apiladas,
rodando en el vacío.
Entonces, decir al tiempo quien eres, desvelar cuántos horizontes superpuestos se esconden detrás de tanta amputación.
Después de sobrevivir a la prolongación de miradas infinitas, la quietud toda y perderse por el desfiladero del encuentro.
Si el pensamiento, con sus zapatos de plata, marca la distancia entre la extrañeza de la niebla y tú ¿la verdad se hallará en los relojes? ¿serán los símbolos tallados en piedra una ilusión o la prueba irrefutable de estar vivos?
El lugar está vacío por debajo del espejo ¿será que sólo existe cuando termina el negro de la sombra?
Construir con la mirada los latidos de los calendarios que engullen a sus crías en un gesto latente.
Y revelar ciertas imágenes de despedida abarcando la extensión de una vida, que sólo exige estar ahí, para ser salvada. Eso es todo.
Separar lo que brilla en los ojos es la incomparable medida, una pausa oculta que hay en todas las cosas.
Porque la lluvia, como todo regreso, pertenece al pasado.
Y mañana no es.
Cantar el tiempo ahora, su piel de neonato.
Lo desnudo. Lo breve. Lo fugaz.
De lo contrario estar condenado, irremisiblemente, al desencanto.
#Safecreative
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