Olvido a veces que te quiero.
Es la obviedad de tus brazos.
Es el hábito de besarte
cuando te piden mis labios.
Es tu voz, asumida, en mis mañanas,
cotidiana letanía de pájaros,
y el calor que desprende
la sabida cercanía de un cuerpo
que aprendí de memoria,
a ciegas, tantas veces recorrido.
Tan lógico es que estés…
Que tú estuvieras, siempre, era tan lógico
que no te celebré,
y pospuse la vida para ti
mejor para otro día.
Pero llegó la ausencia
y bandadas de sombras portadoras
de todos los presagios
invadieron el cielo
y el hogar, despojando de tu aroma
los rincones, arrancando cortinas,
descorriendo recuerdos.
Por impago de amor
los errores llamaron a la ausencia.
y llegó la muerte a desahuciarnos.
Ahora la costumbre
entrelaza sus dedos
a los dedos del frío.
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