XI
Despunta el día con el ajetreo de las tazas
y viajeros que pueblan los cafés de la estación.
Adolescentes maquilladas ponen colores
entre rostros que deambulan
con semblante de zombis.
La cincuentona contempla ajena y dichosa
con pasos perfumados, camina hacia su tarde:
ruta y barranco de las horas que le restan.
La muchacha hermosa permanece quieta
como esperando que la rescaten, con gesto
y boca de Gioconda africana de estación.
En su envés el abrigo rasgado por la espalda.
Y cerca el cuerpo espectral del hombre
que camina en saco de huesos movidos
por el hambre y la rapiña en la basura.
Contaminada de escasez emigro de la estación,
del gris rata de desechos. De la indiferente mirada
que desoye el hambre que vive en los andenes,
ave nocturna perenne de ciudad.
Salgo de la estación Norte, empieza el viaje
y las nubes se presentan caprichosas, soleadas, coloridas,
como si el hombre o el hambre no importase o existiese,
como si nadie ni nada fuesen a terminar de ninguna manera,
como si la muerte no fuera a suceder para los cuerpos,
como si solo existieran las sempiternas nubes,
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