miércoles, 13 de septiembre de 2017

Pablo Mora







Para qué la poesía






Para defender el milagro de la vida



Para expresar asombros y nochuras. Enterrar la muerte. Inventar la vida. Abrirle los postigos a la noche. Cerrar los ojos a la luna. Dar con el árbol del primer camino. Con la vereda que nos vio salir. Tomarle el pulso al hambre. Saber del diapasón del pobre. De las creencias de Dios y sus costumbres. De los rituales del viento y sus cofrades. De la imagen horrenda del futuro. De la luciérnaga y su antiguo enigma. Saber de la escritura de las piedras. De la alta transparencia de los mudos. Del colosal silencio de los grillos. Para tantearle a los sueños sus luceros. Conocer las entrañas de las hojas. El corazón del bosque y sus vitrales. El páramo, sus cuitas y plegarias. Desenterrar el misterio de la rosa. Ahuyentar la sombra y sus reveses. Escapar del ladrido de la calle. Del hosco muñón del peregrino. Del puñal que en la acera nos espera. O del barco que acecha nuestras costas. Dar con el ámbar del primer arroyo. Traspapelar la terquedad del lunes. Aullar juntos delante de los cielos. Para escucharle al pobre su alarido. Compartir esperanzas con el árbol. Esperar a que baile el arco iris.
Para seguir ensayando la palabra. Para creer firmemente en la insurrección como garantía de los pueblos. Para oír todos los suspiros y proteger el pueblo con palabras. Para dar la mano y enseñar el camino. Para gritar valientemente, a tiempo. Para confirmar que “la civilización no es más que una injusticia armada.” Para seguir siendo seres en marcha. Para saber que basta un lucero para que haya noche. Para vivir mientras el alma nos suene. Para morir cuando la hora nos llegue. Para que caiga la palabra en otra franja fecunda que es como decir la vida.
Para registrar ventoleras, arrebatos y miserias. Expulsar el despojo mutilado. Ser libres así el fuego nos cercene. Quitar algunas comas al crepúsculo. Ver la noche sin que nadie contradiga. Para morir de pie a pesar de los milagros. Eludir la risa ensangrentada. Salvar la luz, sin la cual la tierra gemiría de espanto. Dar con una migaja de soledad marina. Con el grano de arena que a las costas de la divina antigüedad nos ata. Para atravesar, siempre a la intemperie, incertidumbres, agonías, interrogantes y tragedias. Dar forma al vacío de modo que éste sea posible; ojos al poema para que pueda cruzar la calle; alas a Dios para que pueda llegar al hombre. Para robarle sin que sepa una sonrisa al sol en la arboleda. Mirar el cielo solamente en el momento necesario. Cruzar, no la aurora, sino el alma en que ampara su soñar. Para ventilar, aupar, asolear la eternidad cada día. Verse en el cielo gris, en la trémula víspera del júbilo. Escuchar a la soledad y dirigirle la palabra. Llegar con los ojos abiertos a la mirada final.
A punta de hombre, tempestad y grito. Por obra y gracia del asombro a secas. Por el relámpago final del hambre. Por la luciérnaga y su insomne lumbre. Contar con la vigilia para el día. Con porvenir para fraguar enigmas. Defender el milagro de la vida. La fogata que lleve al alumbraje. A tiro limpio, la bondad del hombre.

Para “que cada palabra lleve lo que dice.” (R. Cadenas).

No hay comentarios:

Publicar un comentario