sábado, 7 de abril de 2018

María José Leblic



Violín, violín.


Dejadme tranquila cuando el mundo amanezca.
Dejadme con la quietud de mi destino,
con mi angustia, con el roto de mi cuerpo, 
con el viento trémulo.
Dejadme con el rumor del silencio, 
con mi mar amargo de suspiros. 
Dejadme entrar en los límites 
con la esperanza caliente. 
Dejadme que me estremezca 
con el Dios de la música, 
que desparrama notas, 
que sube y se hunde, 
que gira en estampidos de luz; 
que retumba en mi oído como noches serenas.
Dejadme que me condene 
a cadena perpetua por este amor acariciado, 
sin rubor, para desmoronarme 
en su sentimiento violino.
Dejadme que tiemble en su tristeza, 
en su alegría, abrazando sus alas y sus cuerdas.
Mi mundo cautivo y a la vez vivo,
sucumbe en un Invierno Porteño de fríos, 
de sueños dormidos, 
de desvelos sedientos.
Dejadme que me pierda, 
que me acerque a sus sienes, 
a sus labios, a sus besos,
para no olvidarme nunca 
de que mañana volverá de nuevo su armonía, 
su mirada, su orilla, y su cintura.




No hay comentarios:

Publicar un comentario