jueves, 5 de abril de 2018
Pedro Javier Martín Pedrós.
Lloro con el rasgueo de una guitarra
sin fronteras,
ante la marcha infinita de un adiós
lleno de lluvia,
con los huérfanos de lo cotidiano,
y con manos arrugadas de sufrimiento.
Lloro cuando la puerta
está siempre cerrada para
los mismos,
y los mismos nunca tienen voz.
Lloro cuando roban un abrazo
en cualquier hospital,
cárcel o burdel.
Lloro ante un pincel roto,
una palabra herida de rencor
o cualquier amenaza a la
alegría.
Lloro ante los pasos de
un soldado con destino a
“guerras solidarias”
y su familia esperando
eternamente en la ventana.
Lloro pelando una cebolla,
pariendo un poema,
y la comunicación imposible.
Lloro tras las cortinillas de un
vagón iniciando la marcha
en cualquier estación del año.
Lloro ante tu pañuelo, oliendo
fragancias que ya se fueron
anunciando recuerdos de ida y vuelta.
Lloro con la música que une puentes,
cuando amo acurrucado a tus entrañas,
y no encuentro luz en mis sueños.
Lloro en la orilla de cualquier
playa sintiendo las caricias
que me envías con las olas.
Lloro si no siento los silencios
que me dicen que estás cerca.
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