lunes, 27 de agosto de 2018

MARCOS ANA







Los dientes de una ballesta

me tienen clavado el vuelo.

Tengo el alma desgarradade tirar, pero no puedo

arrancarme estos cerrojos

que me atraviesan el pecho.

Ocho mil doscientas veces

la luna cruzó mi cielo;

otras tantas, la dorada

libertad cruzó mi sueño.

El sol me hace crecer flores,

para qué,

si estéril veo

que entre los muros mi sangre

se me deshoja en silencio.

No sabéis lo que es un hombre

sangrando y roto en un cepo.

Si lo supieseis vendríais

en las olas y en el viento,

desde todos los confines,

con el corazón deshecho,

enarbolando los puños,

para salvar lo que es vuestro.

Si llegáis ya tarde un día

y encontráis frío mi cuerpo,

de nieve a mis camaradas

entre sus cadenas muertos…

recoged nuestras banderas,

nuestro dolor, nuestro sueño,

los nombres que en las paredes

con dulce amor grabaremos.

Y si nos cerráis los ojos,

dejadnos los muros dentro,

que se pudran con el polvo

de nuestra carne y no puedan

ser nuevas tumbas de presos.

No sabéis lo que es un hombre

sangrando y roto en un cepo.

Si lo supieseis vendríais

en las olas y en el viento,

desde todos los confines,

con el corazón deshecho,

enarbolando los puños

para salvar lo que es vuestro.

Si llegáis ya tarde un día

y encontráis frío mi cuerpo,

buscad en las soledades

del muro mi testamento:

al mundo le dejo todo

lo que tengo y lo que siento,

lo que he sido entre los míos,

lo que soy, lo que sostengo;

una bandera sin llanto,

un amor, algunos versos…

y en las piedras lacerantes

de este patio gris, desierto,

mi grito, como una estatua

terrible y roja en el centro.
Foto de Michael Zwicly

No hay comentarios:

Publicar un comentario