miércoles, 21 de agosto de 2019

Adriana Serlik



No me violaron
no penetraron mi vagina
no metieron mi cabeza en el agua
no golpearon
no colocaron electrodos
no me colgaron
no me mataron.
Me hicieron recoger mis cosas
cargarlas en un celular
subir al celular.
Permitieron que viera
por un minúsculo agujero
el trecho.
Dijeron que sería corto
lo que fue un largo viaje.
Bajaron mis cosas
abrieron y revisaron todo,
revolvieron el colchón,
las sábanas,
los tres libros
la ropa.
Interrogaron
era la noche,
el amanecer,
el día.
Con las cosas
subí al celular,
bajé,
revisaron
y con todo,
me echaron en un calabozo.
Otra vez estaban sacándome,
no había pasado una hora,
me subieron al celular
con mi equipaje,
miré por el agujerito,
bajé,
revisaron,
interrogaron.
Volví al celular,
mis cosas,
el agujerito,
mis cosas,
el calabozo
y pasó la noche.
Llovía mucho,
tenía frío,
las cucarachas voladoras
se incrustaban en el cuerpo.
Desde el calabozo
veía un gran patio de tierra,
oía a los hombres,
de las celdas vecinas.
Tenía sed,
trataba de no decaer,
no quería pensar,
debía estar serena.
El frío,
la sed,
el miedo,
el terror.
Era un guiñapo.
Pasaron los días
con entradas y salidas
iguales
y una mañana
dijeron que me fuera.
Salí
con mis ropas,
el colchón, las sábanas...
Eduardo nunca salió,
murió en Córdoba.
Horacio,
Heraldo
Eduardito,
Luis
Irma
Carlos
y tantos otros
desaparecieron.
No me violaron,
no sumergieron mi cabeza en el agua,
sólo me llevaron a ninguna parte,
nunca dijeron porqué me detenían,
no pude hablar con un abogado o un amigo.
Me lanzaron a un calabozo
y
cuando me otorgaron benévolamente
la libertad,
gritaron que la próxima vez,

simplemente me matarían.

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