Hace justo un año que recuperé las botas, esas de “caminar hacia delante”.
Llegué con mi miedo entreabierto, con el deseo de plantar esperanzas y la timidez de no remover demasiado la tierra.
Encontré expresiones de ojos que florecen desde las mismísimas arterias. Mareas altas que garantizan una red repleta de pequeñas cosas y mareas bajas que te rompen los brazos de nadar a contracorriente.
Un año después, la niebla matutina me recuerda lo vulnerable que se puede ser en una curva, que detrás hay piedras que no viven y hacen ilegible el camino.
Pero sin temor, porque desde hace tiempo, y gracias a ELLAS, he dejado de ser un inesperado huésped con las botas gastadas, para dejarlas cada noche en la puerta de mi hogar.
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