Otras manos.
En sus palmas los frutos de un otoño feraz,
los surcos del destino que labra la lluvia,
la planicie veteada de algún aeropuerto,
la cáscara del frío, bajo ella la lumbre.
Un lenguaje de signos aletea en el aire,
es la clave que asciende transmutada en cóndor,
de cada cicatriz una amapola surge
y corre por la piel lacerada su savia.
La memoria de los dedos quiere impregnarse
del olor a tierra y a cuerpos amados,
bajo la epidermis capitanea la sangre
la inestable barcaza de las emociones.
Sus uñas forman túmulos, tiempo enquistado,
y a la vez presagian la tormenta, huyen,
son animales salvajes sobre las ruinas
donde depositan la nieve de su tiempo.
Si las manos saben lograr la permanencia
de cuanto redactaron escribas del pulso,
será porque leen en los archivos del tacto
y sacan a la luz sus insomnes tablillas.
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