¡Qué no, qué no!
Que no soy los labios y las laderas
de las montañas.
Que no soy solo la piel y la carne del cuerpo.
Que no soy el río ni la primavera de tus jazmines.
Que no soy solo la lengua de lava del volcán,
ni la nieve para el abrigo.
Soy el pétalo, el tiempo y el latido, el alma cicatrizante, el párpado abierto,
la astilla de un barco a la deriva,
la belleza oculta en el silencio,
soy la isla donde encuentro la orilla
y el lago donde aparezco desnuda.
Que soy tú, pero no siempre.
Que soy tuya, pero más mía,
quizás de todos, de nadie.
Porque es el viento quién
me empuja,
a donde mis sueños extienden
sus alas.
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