La mañana llegó atropellada,
abrupta, fría y añil.
Apagué el motor del coche,
bajé y me dispuse a recibirla
con la mirada serena.
Me saludó con un abrazo
de escarcha que me despertó
el alma y la piel.
Caminé tranquila por el camino blanco
de tierra y sal.
La cara al viento,
los pensamientos volaron con él
y repasé minuciosamente
las tareas por hacer
en este día de otoño.
Como todas las mañanas
entré por la puerta del trabajo
y cerré con cuidado la cajita
de sensaciones de mi corazón
Otro día más ha comenzado...
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