martes, 21 de junio de 2022

Lluïsa Lladó



Pido disculpas por mi modo
de desalmar las cosas.
Por la mirada perdida
en un bazar de Arizona
con la puerta del frigorífico abierta
a una dimensión ignorante.
Y tu voz réplica
zarandeando al espacio-tiempo
con la garra huraña
y mi cuerpo entre la cocina
con vistas al vecindario
y unas parrillas que blancas
despiden la frialdad de un electrodo.
Disculpas por mi alarmante,
la colocación inoportuna.
El abrazo no resuelto de la niñez.
Y toda la artillería
que los idos hacemos acopio.
Barrer el trauma hasta acumular un monte.
Por la habitabilidad de mis fobias.
Y el goce cangrejo
de ir de un lugar a otro.
Pero, pienso, con aguja y vinagre.
Qué el amor de las piedras más negras.
Es el más preciado.
Porque amar también se aprende.
Y en la vacante tuve que leer de los libros.
Así que te entrego este carbón.
Qué contiene la honestidad más pura.
Mi diamante creció del desgaste.
Y en mis dedos existen cortes
extranjeros
igual que una puerta reabierta
entre el mundo
y los perecederos de una nevera.
Guarda mi corazón de lata.


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