sábado, 15 de julio de 2023

Cristina Liso Aldaz



MERCERÍA CAMINO


Es una calle ancha y desolada, los coches van rápidos y los edificios son altos. Apenas cuatro flores en los balcones. Bajeras, muchas bajeras vacías.
Mercería Camino, una verja oxidada plegable cierra el acceso,detrás de ella papeles sucios y viejos almacenados en el suelo. Todo abandonado, un cartel se alquila pegado en el cristal.
Me gustaba detenerme al pasar frente a la tienda con sus pequeños escaparates llenos de finas agujas de punto, lanas de color azul y rosa, quizá una foto de una chaqueta de bebé en los mismos tonos.Había madejas de hilos alineadas cuidadosamente una tras otra dibujando un mágico arco iris. Un costurero abierto y forrado con cretona, tijeras y paquetes de agujas de coser que tenían aromas de infancia.
La dueña era baja y delgada, de cara alargada y gafas de concha. Su mirada inteligente buscaba, con cuidado y rapidez, cada una de las cosas solicitadas. El trabajo exigía muchas habilidades: distinguir tejidos, conocer las estructuras de los trabajos en telas o punto…
Cuando la veía envolver, con sus huesudas manos, en papel de seda los hilos o los metros de goma tras medirlos en el metro fijo dibujado en el canto de la mesa, volvía al pasado y sentía mis pequeñas manos en el mostrador, asomaba la cabeza por encima para ver el maravilloso mundo de colores en las madejas de hilo que había debajo del cristal. A mi lado mi madre alta y bella sonreía con dulzura a Camino porque sentía su soledad.

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