LAS aspidistras emanan una delicada turbación,
los pliegues del tenue tejido del sofá,
las velas con su adorno de cera consumida,
y un susurro de abrazos detenido en el aire…
Tus labios
me envuelven en ecos desde el cristal de la vitrina
donde aún es penitencia tu reflejo.
Tú, presencia clara,
presencia deseable,
tú, me surcas la piel
como si al ser de azúcar
la lluvia mojara mi carne
y tan sólo un beso me ofreciese la calma.
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