CALLE DE LOS NOCTÁMBULOS
Tienen los maleantes,
noctámbulos acróbatas en líquidos infectos,
un aire de canallas,
la disculpa de todos los borrachos.
Hermandad en la que creo, tal vez la más honrada,
tal vez la menos agria
de todas las miserias de la tierra.
Licántropos colegas de barril,
celebramos rituales colectivos.
No nos gana el silencio
del bebedor que anega sus derrotas
en copa de balón.
Le damos al mollate en sindicato
malevo de feriantes, monarcas de la risa:
el motivo es vivir.
Vivir, sorber la vida da igual el continente:
botellín del glaciar, vaso de Duralex heredado
o jarra de taberna.
En estos tiempos rancios,
pacatos defensores de las úlceras
y los guantes de látex,
nos queda la sospecha ante quien pide
solo agua con gas.
Nos mira de reojo,
enciende su taxímetro
buscando indiscreciones en los labios ajenos
y ríe en diferido.
La calle del noctámbulo es un antro
que deja en el vestíbulo
a insulsos estirados sin defectos.
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