viernes, 6 de septiembre de 2019

Sara R. Gallardo




Buffet libre


Las parejas infelices
viajan hasta aquí para romperse.

Vienen durante el brunch a deshacer sus dudas,
se miran con recelo
y apuran el último repaso a sus vidas,
el último reproche
a golpe de mordisco a un croissant.

Julio es el mes más denso
para hacer balance:

los deseos están tan guardados
que habría que hacer limpieza general.
Y la casa es muy grande
o el loft tiene muchos recodos.

Las parejas infelices
exhiben todas las huellas en la cara:
las vacaciones fallidas, la factura de vivir.

Las touroperadoras sacan beneficio
del amor roto
y también los monitores de aeróbic;
el mar no se fragmenta:
existen hoteles y aparthoteles
en primera línea de ruptura.

Estamos consumidos por las imágenes
de los folletos;
¿cómo habría podido salir esto bien,
si ya veníamos descosidos de otros engaños,
malogrados, defectuosos, despachados?

Si nunca nos gustó el sexo
entre sábanas almidonadas.

Agotamos la botella de vino
(el reclamo estético hace el trance más fácil)
y por fin alguien habló con sinceridad:

el amor es un souvenir, una postal,
y seguramente

alguna vez volveremos
a veranear aquí.



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