Tener la certeza de pertenecer
al árbol en el que eres rama
y de reconocer las raíces
desde la tierra que lo alimenta
hasta la última de sus criaturas
que en él anidan o se posan.
Confiar en que el viento
que nos azote fuerte
sólo conseguirá que las hojas
canten la misma cantinela
y que,llegado el otoño,
las que caigan serán abono
para las que vuelvan a nacer en primavera.
Disfrutar mientras tanto
de las sombra que nos damos,
no que nos hacemos,
y de la brevedad del tiempo
que compartimos en los abrazos.
Por que cada brote de este árbol
crece en su tiempo y espacio
como sólo es posible hacerlo
desde la libertad.
Cómo aprender a volar. Ed. Olifante
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