Miro mis pies,
anclados en la arena de tu playa,
inmóviles,
con lo bien que supe correr siempre
en dirección contraria
al viento que provoca
el aleteo de las mariposas.
Miro el mar de tus ojos
parpadeando a oleadas
y no recuerdo
en qué momento me deshice
del paraguas de la indiferencia
dejándome empapar por tus pupilas.
Miro danzar tu pecho
mientras respiras
y estalla el mío al tiempo.
Cierro,
entonces,
los párpados,
abro la boca de labios sedientos
y me dejo,
me dejo.
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