viernes, 9 de diciembre de 2022

Antonio Gómez Hueso





(En Alicante, ni su pueblo ni el mío,

se murió aquel rayo, Miguel Hernández,
quien tanto quería)



Yo quiero ser llorando el prisionero
de la celda que ennobleces y habitas,
compañero del tiempo, tan sincero.

Alimentando ilusiones y cuitas,
deshojando poemas y esperanzas,
vas consumiendo las horas marchitas

mientras fluyen, locas, las añoranzas.
Tanta injusticia se agolpa a tu lado
que todo lo veo con desconfianza.

Un abrazo tierno, un beso honrado,
un llanto amargo es mi único consuelo,
un furioso vendaval te ha llevado.
No hay dolor más grande que el de mi duelo,
sufro mi amargura y tu cruel ausencia
y siento más tu tumba que mi suelo.

Camino protegido por tu influencia,
teniéndote presente, sin tenerte,
llevo en mi corazón esta dolencia.

Temprano te llegó la mala muerte,
temprano se cerró la madrugada,
temprano se fue el daño sin vencerte.

No perdono a la guerra despiadada,
no perdono a tus viles delatores,
no perdono al destino ni a la nada.

En mi mente oigo llantos de pastores,
un río de lágrimas de poetas,
hombres y mujeres, tus bienhechores.

Quiero entrar en la tierra por las grietas,
quiero buscar tus restos y encontrarte,
hasta ver tu semblante entre siluetas.

Quiero escarbarlo todo hasta abrazarte
y besar tu renacida figura,
protegerte, mirarte y despertarte.

Volverás al monte y a la llanura;
por las orillas frescas del torrente,
llevarás en tu cuerpo la hermosura

de las inquietas aguas de la fuente.
Volverás a los campos de tu tierra,
con tu mujer, tus hijos y tu gente.

Guiarás a tu rebaño por la sierra,
contigo mi alma reluce y asciende,
la feroz pesadilla escapa y yerra.

Tu voz amable todo lo comprende,
alivio de las ovejas miedosas,
que a las cabras reconduce y atiende.

Frente al arroyo de orillas brumosas.
con la sombra del chopo de testigo,
hablaremos de todas nuestras cosas,
amigo de desventuras, amigo.

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