Dispuso sus cabellos,
sacudió las pavesas oscuras de los ojos,
midió sobre sus yemas una brizna rosada,
y apareció desnuda.
Ni diosa, ni dulce ni serpiente.
La verdad de su carne,
sola en lluvia o en tacto.
Memoria de la hierba,
desde el talón tensada.
Alisó una última
estela fervorosa
y supo, inexorable, que no existe
Paraíso o espadas.
(De Fisterra)
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