lunes, 20 de junio de 2022

Juana Rios



Como aquellas noches de temporal
en las que el Dios del catecismo se olvidaba del mundo
y eran los perros sin dueños
los amos de la lluvia en las calles.
Los oía ladrar desde mi cama,
mojados y ateridos,
peleando por la basura.
Las persianas de madera golpeaban
los cristales empañados de invierno,
y arreciaba la ira paciente del agua
sobre los charcos y las azoteas.
Yo esperaba la mañana para que
huyera por el barrizal la noche,
los gritos de las gaviotas
posadas sobre la bóveda de medio cañón de la conservera
excitadas por las fumarolas de vapor
con olor a pescado
que vomitaban las chimeneas.




Peces voladores, editado por Huerga y Fierro.


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