De nuevo te esperé en el desconsuelo...
De nuevo te esperé en el desconsuelo
iban, venían rojos autobuses,
acharolados táxis que, ocupados,
se detenían un segundo antes
del desencanto. La farola daba
entintado de cómic a la espera.
Los táxis están hechos con materia
de soledad, de presurosos besos,
de palabras sin terminar, de rápidos
adioses, de cabezas que se vuelven
como pidiendo auxilio. Cada táxi
va tejiendo y tejiendo su capullo
de seda por las calles, va encerrando
su mariposa entre los hilos tensos
de la ciudad que gime y que lo envuelve.
¿Por qué querer es esperar?. La lluvia
tenaz parpadeaba en el cambiante
neón de Piccadilly y los neumáticos
por el asfalto húmedo sonaban
como el desuello de una piel inmensa.
Todo el desecho de la prisa iba
acumulado en los asientos turbios
de los táxis. Su tántalo destino
era llegar para volver de nuevo.
Los táxis se alimentan de colillas,
de tersos portafolios, de monturas
de gafas, de coronas funerarias,
de perfumados guantes, de pañuelos
inmundos, de paraguas olvidados.
El horizonte de los táxis nace
a espaldas de la luz, está poblado
de sanatorios y consultas, linda
con discos y semáforos, discurre
por negocios y apremios y legajos.
¿A dónde va el amor cuando no acude
a nuestra cita?. Una lenta hilera
de gotas resbalaban por el borde
de la farola anochecida. Un golpe
de tos quebrada restalló muy cerca
de mi bufanda. El viento me azuzaba
los mastines del frío. Y otros táxis
pasaban sin parar, como otras noches,
como todas las noches de mi vida.
Cuando al amanecer se quedan solos
los táxis, se acarician la gastada
tapicería, que conserva algunas
viejas huellas de semen o de lágrimas.
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