Me sucedes de una forma sobrehumana,
como un milagro soñado en voz alta,
me sucedes.
Allí, en la caverna de nuestras bocas
existe ese lugar celeste por donde entras
mordida en labio,
lengua impaciente.
Entonces, te miro y me pierdo en el frenesí
de tus ojos en llamas,
entonces te miro
y tienes los ojos de todos los colores de África.
Me reclama tu piel y tu voz entera.
Yo te reconozco.
¿Qué prodigio es este de verte más allá de verte,
verte de esta forma tan clara?.
Hambre de ti,
hambre de mí que no se sacia,
corazón resucitado
que se entrega entre las manos y las sábanas.
Tú organizas mareas de peces
y desordenas miles de galaxias;
bates tus alas mientras caes y me llevas
a mi cuerpo que es tu cuerpo,
sobre tu piel marina
sedal y seda, que se ha vuelto ya oleaje.
Abres tu pecho y tus piernas como pulpos
me rodean.
Esta medida exacta que somos
me hace resbalar en torrente
de tu oreja a tu cadera,
esa con vocación de besos,
y este deseo inaplazable: grifo que gotea
hacia tu vientre.
Entras y sales de mí a tu antojo,
cuatro magnolias en flor,
abertura de una concha de amonite
y esa música nos agita salvajemente
para volvernos sombras ante la luz trémula.
Trepar entonces hasta la copa de árbol
que es tu pelo
ahora que es tiempo de jazmines
me recuerda
las uvas después del sexo,
el sexo después del sueño,
el sonido de los cascabeles
que hace sonar tu risa.
¡Qué fácil fue quererte tan libre y tan tú misma
cuando solo era verano y viniste de la nada
con este amor tan unido a la muerte
y tan lleno de vida!.
Después de una lluvia de verano en algún parque,
ansiar que todo se inunde de una vez
al borde de la locura
sabiendo cómo nuestros cuerpos
hacen lo que hacen:
orquídeas salvajes abiertas por el remolino del orgasmo,
dos sombras que se lamen, dos naufragios,
dos desmayos, dos desnudos que se hacen habitables,
carne vibrante, ternura en tromba, cráter,
tu sexo y el mío hamacándose.
Todo es flotar y temblor,
algo más grande que rebosa
y, a la vez, necesita ser llenado, emociones insondables.
Ahora que somos campo de margaritas deshojadas
nos deshacemos como la pintura en el agua.
Ahora me reconozco en ti.
Todo es posible aquí, donde la paz,
¿quién ha dicho que no vuelan las sirenas
y que no nadan los pájaros en el mar?.
Aquí, donde la paz, todo es semilla.
Aquí donde la paz, respírame, vida de mi vida.
En lo que tarda en derretirse el alma de una vela
marca el reloj otra vez las cuatro y media. ¿Cómo
volver ahora al sitio de donde venimos
si ya sólo somos en la gravedad del abrazo?.
Caen los párpados al sonido de los grillos
y entra un olor a jacaranda por la ventana,
ha embriagado mi lengua lo que ha traído la noche:
es el esplendor de la mañana y el rocío,
algo como una fruta fresca, o un amor.
¡Cómo te amo entonces por tu nombre!
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